28 de mayo de 2020
Vista general de los participantes durante la 71ª Asamblea Mundial de la Salud de la OMS. 21 de mayo de 2018. Foto de la ONU / Jean-Marc Ferré.

Se acabó el orden mundial.

Miles de vidas perdidas en un solo día en todos los rincones del mundo. Las economías, que apenas se habían recuperado de la crisis financiera de hace una década, atraviesan la más grande crisis desde la Gran Depresión de los años treinta.

Los sistemas políticos están bajo tensión, mientras líderes populistas autoritarios intentan utilizarse de la sensación de incertidumbre que ha provocado la pandemia entre la población para ampliar su propio poder, debilitando, así las democracias ya débiles. Algunos de ellos, desde Donald Trump a Jair Bolsonaro, han adoptado una actitud de negación, desoyendo las recomendaciones de científicos y expertos en salud.

Con ese escenario aterrador, la cooperación internacional ha sufrido duros golpes. La conducta egoísta de algunos líderes está impidiendo a los más vulnerables acceder a productos esenciales para hacer frente a la pandemia. Los poderosos llevan a cabo actos de simple piratería. Mientras tanto, se le cortan los fondos a las organizaciones multilaterales, como la OMS, bajo falsas acusaciones de parcialidad política. El Consejo de Seguridad de la ONU, el más poderoso órgano internacional, no logra llegar a una decisión, ni siquiera a una recomendación mínimamente significativa, con respecto a esa tragedia. Órganos informales, como el G20, también no logran aprobar un plan de acción para hacer frente a la crisis.

Y todo esto ocurre mientras los llamamientos del secretario general de la ONU y del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos – reiterado, entre otros, por el Papa Francisco – para que cesen las sanciones unilaterales, para que países afectados, como Irán, Cuba y Venezuela accedan a recursos para obtener insumos médicos esenciales y recibir ayuda humanitaria, han sido claramente despreciados. El multilateralismo sigue siendo vergonzosamente abandonado.

Mirando hacia el futuro – y suponiendo que la actual pesadilla acabará, aunque tras inmensas pérdidas humanas, en términos de vidas y bienestar – muchas veces se oye con respecto a las consecuencias de la pandemia que: “El mundo ya no será el mismo”. Y, de hecho, se espera que la humanidad aprenda las lecciones frente al avance impredecible de ese agente microscópico, que sigue ocasionando la muerte y la miseria, especialmente a aquéllos que viven al borde de nuestras sociedades desiguales.

La pandemia ha socavado las bases de nuestro modo de vida y, junto a ellas, el orden internacional. Parece haber un consenso casi general de que el sistema mundial tendrá que ser reconstituido de manera muy elemental. La duda es: ¿Cómo?

Varios expertos muestran que nos estamos acercando a una especie de “nueva guerra fría” – o algo aún peor – como efecto de la llamada “Trampa de Tucídides”, expresión creada por el diplomático que se volvió académico, Graham Allison, para referirse al potencial conflicto que acarrea el surgimiento de una nueva superpotencia, cuando ella reta a otra establecida.

De acuerdo con esta visión, el “avance” de China sobre los Estados Unidos, proceso que parecía inexorable, incluso anteriormente a la pandemia, se pondrá en marcha acelerada, generando inestabilidad. Mientras tanto, muchos gobiernos y los pueblos que los representan, sospechosos de una globalización desenfrenada, basada en la búsqueda grosera por ganancias – sobretodo por el capital financiero – serán tentados a someterse a cualquier tipo de aislacionismo, descreídos del valor de la cooperación internacional.

La humanidad puede adentrarse en una nueva era de “guerra de todos contra todos”, de gran peligro para la seguridad y la prosperidad de la humanidad. El mundo, ya extremadamente desigual, lo será aún más, llevando adelante todos los tipos de conflictos y convulsiones sociales. En ese escenario, apelar unilateralmente a las fuerzas armadas puede volverse aún más habitual, en perjuicio del diálogo y de la cooperación pacífica.

Eso no tiene que ser necesariamente así. Tanto países como individuos pueden decidir no someterse a la arrogancia, y comprender el imperativo de la solidaridad y de la humildad para hacer frente a los desafíos provocados por la naturaleza, y por las acciones (o inacciones) de los propios seres humanos. No resulta imposible, y es, por cierto imperativo, que un cierto número de Estados o entidades supranacionales, a ejemplo de la Unión Europea renacida, y organismos de integración de los países en desarrollo en América Latina, África y Asia (que deberán reforzarse o regenerarse), busquen alianzas y asociaciones, de manera que contribuyan para generar un mundo multipolar, libre de la hegemonía unilateral y de la inutilidad de los enfrentamientos bipolares.

Dichas alianzas, construidas con “geometría variable”, permitirían una refundación del orden multilateral, bajo principios del verdadero multilateralismo, según los cuales la cooperación internacional pueda florecer de hecho. En ese escenario, China, EE.UU y Rusia pueden persuadirse de que el diálogo y la cooperación son mejores que la guerra (fría o no).

Eso solamente pasará, en el grado que los países individuales, especialmente aquellos que estén en condiciones de ejercer un liderazgo natural no hegemónico, encuentren maneras de democratizar a sus propios sistemas políticos, volviéndose más capaces de responder a las necesidades de su pueblo, especialmentes de los sectores más vulnerables. Justicia social y gobierno democrático deberán caminar de la mano.

Puede sonar utópico pensar en estos términos en esta época ardua de nuestra historia, en la cual la civilización misma parece estar en peligro. Aún así, para aquéllos que creemos en la capacidad humana de hallar respuestas creativas a todos los tipos de desafíos inesperados, sonar utópico no detiene la acción colectiva. Ni debería rendirnos o desalentarnos.


Luiz Inácio Lula da Silva es ex presidente de Brasil (2003-2010).

Celso Amorim es ex ministro de las Relaciones Exteriores de Brasil (1993-1994; 2003-2010).

Revision: César Ortega | Colectivo Regina de Sena México-Brasil contra el golpe